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Crónica de lecciones campesinas para la gente de la ciudad

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“Si no hubiera sido por el sistema de riego que tenemos gracias a Crezcamos, hubiéramos perdido toda la cosecha de mandarinas del año pasado. Más o menos 30 millones de pesos”.

Son las 9 de la mañana y el sol calienta con toda su fuerza en Rionegro, Santander. Tenemos en frente lo que parece una montaña y esto es solo el comienzo de nuestra visita a esta cliente Crezcamos que obtuvo su primer crédito con nosotros en agosto de 2009. Actualmente está con su tercer crédito y es una de las personas, que con la asesoría brindada por Crezcamos, ha tecnificado su finca con las medidas de adaptación diseñadas para mitigar los riesgos que producen los cambios climáticos: “Si no hubiera sido por el sistema de riego que tenemos gracias a Crezcamos, hubiéramos perdido toda la cosecha de mandarinas del año pasado. Más o menos 30 millones de pesos”.

Cuando llegamos a la cima de la pendiente nos recibió un hermoso árbol de mandarinas que fue como un oasis en el desierto. Heider Castillo, Ejecutivo Comercial de nuestra oficina de Rionegro, y asesor de la familia Sarmiento Quintero que íbamos a visitar, se apresuró a bajar varias frutas y nos las entregó a Leidy y a mí; esas mandarinas sabían a gloria.

Encontramos a los anfitriones en un campo colmado de estos preciosos árboles con varias canastas llenas de mandarinas gigantes, “nunca había visto tantas en un mismo lugar y tan jugosas” -comenté-, “y estas son ya lo que llamamos el ripio, las que quedan después de que hemos recogido la cosecha”, explicó Raúl Sarmiento, esposo de Margoth.

Una familia de campesinos emprendedores y visionarios

Raúl y Margoth viven en esta finca de 7 hectáreas desde hace unos 8 años. Siembran aguacate, papaya, mandarina y cacao y están iniciando un proyecto de piscicultura “uno tiene que estudiar y prepararse para saber bien aprovechar la tierra y ponerla a producir”, aseguró Margoth mientras nos contaba que ella y su esposo han hecho varios cursos en el Sena sobre agricultura, técnicas para el manejo de plagas y otros relacionados con la producción agropecuaria.

El propósito de nuestra visita era conocer el impacto de las medidas de adaptación que habían implementado nuestros clientes. Estas medidas son herramientas de las que disponen los agricultores para preparar sus cultivos en caso de que se presenten eventos climáticos adversos como lluvias fuertes, sequías, heladas, inundaciones y otros. Lo más interesante de estas medidas es que son basadas en ecosistemas, esto quiere decir que no afectan negativamente nuestros preciados recursos naturales no renovables.

“Cuando no teníamos el sistema de riego se dificultaba todo porque porque si hacía mucho verano, entonces se dañaba la cosecha por falta de lluvia. Los cultivos no crecían por falta de agua. Cuando apenas habíamos empezado con el cultivo de aguacate nos tocaba cargar pimpinas llenas de agua, de un lado a otro, para echarles a los árboles para que no se secaran. El trabajo era más duro y siempre corríamos el riesgo de que se dañara la cosecha”, recordó Margoth junto a su esposo y su pequeña hija Mariana, quien a sus menos de 10 años ya conoce perfectamente todo sobre la tierra, su producción y el funcionamiento del sistema de riego que ha salvado las cosechas de sus padres varias veces.

“Si no nos ponemos las pilas, en el futuro vamos a aguantar hambre”

Cuando llevábamos cerca de dos horas caminando, y casi habíamos llegado hasta lo más alto de la montaña, donde estaba el último árbol de aguacate, Margoth manifestó que estaba preocupada porque “si el gobierno no ayuda al campo y si los campesinos no tecnifican sus fincas en el futuro todos vamos a aguantar hambre. Por ejemplo, si las sequías dañan muchos los cultivos y no estamos preparados y no buscamos un sistema que nos ayude a producir sin importar cuál sea el cambio climático, se seguirán perdiendo las cosechas. Cada vez tendremos menos comida y aguantaremos hambre si no se hace nada”.

Continuó diciendo que “uno piensa que sería bueno que los jóvenes se queden en el campo y que no se vayan tanto para la ciudad, pero cómo se van a quedar en el campo si no tienen ayuda, si no tienen oportunidades de crecer. Si las cosas siguen así a lo mejor nos toca irnos a todos para la ciudad y con el tiempo no habrá quien trabaje la tierra y después vamos a tener que agarrar los celulares a mordiscos porque ¿qué más?”.
Después de la reflexión que sonó regaño, pero más por ser tan cierta que por el tono de nuestra anfitriona, tomamos el camino montaña abajo de regreso a nuestra realidad urbana, aquella en la que los colores no son tan vivos, el aire no es tan puro y en la que para comer algo hay que ir a una tienda o un supermercado porque la comida no brota del suelo ni de los árboles como en el hogar de Margoth, Raúl y Mariana.

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